Wednesday, April 26, 2006
Ser una persona de escasas palabras, sé que no es reflejo de tener poco para decir. Al encarar una obra miles de pensamientos recuerdos que quisiera contar pasan por mi cabeza. Me place saber que tengo un espacio infinito donde escribir. Siento que la tela es la única interesada en escucharme. O ni siquiera, pero por lo menos la única que me da el espacio donde desarrollar mis sentimientos sin tener que cuidarme de retener la atención, de contar siempre cosas interesantes o de mantener un hilo de coherencia.
Me atrae la posibilidad de agrandar lo que digo, de alguna manera, enmarcándolo en el contexto de una obra. Mientras más pensamientos desahogo en la pintura más aumenta la necesidad de seguir escribiendo. El hecho de retener en la obra palabras pintadas y cosidas me da cierta tranquilidad de que estas nunca va a desaparecer, como si esto protegiera mis memorias de toda posibilidad de olvido.
La necesidad de escribir y contar mis pensamientos desde las palabras es la misma que intentaba describir un pasado a través de la representación de los objetos. A medida que el texto fue acaparando más espacio e importancia, los objetos fueron desapareciendo de la obra. Escribir los pensamientos ilimitadamente, como surgen en el momento, plantea la imposibilidad de llegar a escribir todo, y por lo tanto leer todo.
Julio 2005
Dominique Breard
Wednesday, March 15, 2006
Tuesday, March 14, 2006
Thursday, January 26, 2006
Saturday, January 21, 2006
Tuesday, January 17, 2006
“Ser una persona de escasas palabras no significa tener poco para decir”
¿Por qué razón se encuentran la pintura y la escritura? Para tornar visible lo ilegible. Para mostrar el lenguaje como un objeto opaco. Para desterrar el ímpetu expresivo de la gestualidad pictórica y de la emotividad literaria. En las obras de Dominique Breard, pintura y escritura, lejos de potenciarse en una unión feliz, se acechan mutuamente.
La tela es una superficie de resistencia donde se vuelve sólido el silencio que nos rodea. La artista no está allí para comunicar algo sino para entregarse a esa extraña voluntad que nos hace hablar aún cuando nadie sea capaz de entender, aún cuando se acaben las palabras. Un monólogo interior sin principio y sin final, donde se agolpan recuerdos infantiles, obsesiones (subrayados), broncas (tachaduras), dudas (correcciones). Importan más las marcas sobre la escritura que la escritura misma, porque estas pinturas no devienen de un mensaje sino del hecho solitario y empecinado de escribir.
Curiosa pintura de acción cuya ternura nos inquieta. A veces como palimpsestos, donde las capas de palabras se superponen; a veces como horizontes, donde la escritura semeja el hilo de la vida. Como el nacimiento y la muerte, los bordes del cuadro son cortes aleatorios en el fluir del tiempo. No retienen sino un surco fragmentario, pedazos de memoria arrancados de la erosión y el olvido.
Palabras cosidas como el tejido de Penélope, que cifra el tiempo de la ausencia. O como las cicatrices, que a la vez remiendan y revelan el desgarro. La escritura y también el revés de la escritura, porque no hay sentido que no esté fundado en la ausencia de sentido. Pas de sens, peu de sens decía Lacan. Y Magritte decía: la palabra pipa sólo evidencia una cosa: que no hay una pipa. Hablar es una forma de habitar la carencia.
La tradición romántica adjudica a la interioridad misteriosa del poeta la complejidad del signo artístico. Pero estas pinturas son más arduas porque no hay nada que descifrar. Nos enfrentan a la más pura desnudez con que somos arrojados al océano del lenguaje.
Valeria González.